Vidrio de mar. Eso somos. Cachitos rotos de una botella que poco a poco van cogiendo forma, puliendo aristas, redondeando esquinas... Para al final, llegar a ser lo que somos.
Normalmente vamos solos. Nos metemos en mareas, fluimos con el oleaje, y cada granito de arena que nos toca, nos deja huella.
A veces vamos detrás de otro pedazo de cristal amorfo, y eso nos condiciona las marcas. Adquirimos los mismos detalles que nuestro compañero y esto puede ser bueno y malo.
Bueno, porque quizá el de enfrente sea una influencia perfecta y malo, porque en vez de granitos de arena, puede ir soltando piezas con puntas que en vez de huella, dejen arañazos en nuestra superficie.
Pero hay otros momentos, los cuáles yo considero más importantes, en los que debemos coger a alguien de la mano y guiarlo. Este pequeño cristal no tiene brillo, está estancado en un pozo, el agua no se mueve y tiene todos sus picos puntiagudos, si te acercas mucho, te pincha, se defiende, porque está acostumbrado a estar solo, pero si vas poco a poco, se deja abrazar y llevar.
Es entonces cuando empieza tu tarea. Una vez has conseguido que ese vidrio chiquitito te siga, debes conducirlo hasta el mar. Esa es tu misión. No darle forma, tú no tienes tanto poder. Simplemente debes enseñarle el camino para poder darse forma a si mismo con ayuda de lo que pase en su vida, porque hasta entonces, no ha pasado nada.
Sabes que tiene miedo, y va muy despacito. Así que le dices "yo te abro camino, tú ve detrás de mí y no temas por nada, todo saldrá bien". Y miras por el espejo retrovisor, y lo ves ahí, mirando curioso todo lo que le rodea, procurando no perderse ningún detalle y buscando continuamente su referencia. Tú.
Al final del camino puedes ver la playa, una playa desierta que sólo tiene por compañeros el sonido del mar y las gaviotas que pasean por su cielo. Y ahí, en la orilla, mojándoos los pies le dices "aquí te dejo, ahora sabes lo que tienes que hacer, no estaré lejos, siempre que me necesites, apareceré sin ser llamado, pero ahora te toca viajar solo. Ve. Vive. Y sé feliz". Y así lo ves meterse en el mar, tú entrarás más tarde, pasado un rato, ahora tiene que estar solo.
Pues esta es una de nuestras misiones aquí. Ayudar sin esperar nada a cambio, dar fuerza a quién le falta y ser feliz con la felicidad de los demás.
Hay épocas en las que debemos ser más egoístas y viajar solos entre cresta y cresta de ola, debemos dejarnos dar forma sin que nada ni nadie nos condicione. Pero hay otras en las que debemos aumentar nuestro peso, coger a alguien de la mano o ser lastre de otro, para cambiar la forma de cambiarnos. Sí, para cambiar la forma de cambiarnos. Para modificar la manera de marcarnos. Porque los golpes no se reciben igual solos que acompañados, ni los arañados ni las erosiones ligeras.
Este es uno de los caminos para llevar una vida plena. Ser ayudado, ayudar, y ayudarse uno mismo.
Somos como vidrio en el mar, al principio tenemos forma abrupta y es difícil cogernos sin hacer daño. Pero con el paso del tiempo, nos convertimos en cristales preciosos, en pequeños tesoros escondidos en la inmensidad de esa manta azul, dispuestos a provocar sonrisas a todo aquel que se detenga un segundo a observarnos.
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