Hay momentos en los que, no sabes bien por qué, pero decides dar por terminada una situación. No es un enfado, no es una discusión, no es una mala mirada. Es una palabra, que no va con mala intención, ni tiene doble sentido, ni duele, pero que colma el vaso de la paciencia.
Y no es culpa suya, tampoco tuya, simplemente ha pasado.
No sientes pena, no sientes tristeza, no hay melancolía. Estabas al borde de ese río, en un salto lo cruzabas y a otra cosa, pero no encontrabas el tramo más estrecho para hacerlo sin mojarte, así que seguías ahí, en la misma orilla, esperando algo que te atrapase para siempre.
Y de repente, lo ves, un puente al otro lado. Te pones delante, y miras atrás esperando que alguien te retenga, pero en vez de eso ves que no, que aquí ya no haces nada. Y cruzas, más segura que nunca de que ahora sí podrás y que a esta orilla no vas a volver.
En realidad no sabes lo que te espera allí. Quizá sea mejor, o quizá peor de lo que tenías antes, pero ya estabas cansada. Siempre la misma historia, siempre el mismo ritmo, las mismas soluciones a los mismos problemas.
Empezabas a estar harta de todo, y cuando te hartas de algo, hay que cambiarlo. Y cambiarlo no es reemplazarlo, es cambiar tu punto de vista sobre ellos. Quizá el problema estaba en que no lo mirabas como debías. Quizá así las cosas vayan mejor... ¿Quizá? No. Estoy segura de que ahora todo va a ir a mejor.
Me encanta esa sensación de poder con todo cuando sabes que has tomado la decisión correcta, que es el momento adecuado para hacerlo. Cuando te sientes capaz de todo, cuando todo empieza a funcionar como tendría que haberlo hecho siempre.
No es un cambio al uso, no es un cambio de personalidad, no es un cambio de persona, es sólo el final de una etapa.
Como cuando lees un libro. El capítulo ha terminado, pero aún queda mucha historia por delante.
Como cuando lees un libro. El capítulo ha terminado, pero aún queda mucha historia por delante.