jueves, 31 de mayo de 2012

Punto, y final.

Hay momentos en los que, no sabes bien por qué, pero decides dar por terminada una situación. No es un enfado, no es una discusión, no es una mala mirada. Es una palabra, que no va con mala intención, ni tiene doble sentido, ni duele, pero que colma el vaso de la paciencia.
Y no es culpa suya, tampoco tuya, simplemente ha pasado.
No sientes pena, no sientes tristeza, no hay melancolía. Estabas al borde de ese río, en un salto lo cruzabas y a otra cosa, pero no encontrabas el tramo más estrecho para hacerlo sin mojarte, así que seguías ahí, en la misma orilla, esperando algo que te atrapase para siempre.

Y de repente, lo ves, un puente al otro lado. Te pones delante, y miras atrás esperando que alguien te retenga, pero en vez de eso ves que no, que aquí ya no haces nada. Y cruzas, más segura que nunca de que ahora sí podrás y que a esta orilla no vas a volver.








En realidad no sabes lo que te espera allí. Quizá sea mejor, o quizá peor de lo que tenías antes, pero ya estabas cansada. Siempre la misma historia, siempre el mismo ritmo, las mismas soluciones a los mismos problemas.








Empezabas a estar harta de todo, y cuando te hartas de algo, hay que cambiarlo. Y cambiarlo no es reemplazarlo, es cambiar tu punto de vista sobre ellos. Quizá el problema estaba en que no lo mirabas como debías. Quizá así las cosas vayan mejor... ¿Quizá? No. Estoy segura de que ahora todo va a ir a mejor.
Me encanta esa sensación de poder con todo cuando sabes que has tomado la decisión correcta, que es el momento adecuado para hacerlo. Cuando te sientes capaz de todo, cuando todo empieza a funcionar como tendría que haberlo hecho siempre. 
No es un cambio al uso, no es un cambio de personalidad, no es un cambio de persona, es sólo el final de una etapa. 
Como cuando lees un libro. El capítulo ha terminado, pero aún queda mucha historia por delante.

lunes, 28 de mayo de 2012

Si la envidia fuera tiña...

Soy una chica normal, tengo mis defectos y mis virtudes.
Soy vaga, me encanta dormir, soy fácil de convencer pero muy cabezota, tengo un estilo a la hora de vestir normal tirando a peculiar, combino cosas que no combinan. 
Mi flequillo va más días largo que corto y normalmente, a trasquilones. 
Soy torpe, me caigo con facilidad, me tropiezo, se me caen las cosas... No valgo para los deportes porque estaría toda la temporada lesionada.
Apruebo porque tengo una luz divina alumbrándome, si de mis horas de estudio dependiera, seguiría en la ESO. 
No tengo dinero, pero no me privo de nada. Viajo, ceno con mis amigos, bebo, no paro en casa... Disfruto o al menos lo intento, de cada minuto de esta vida. 
Prefiero la montaña a la playa, aunque me encanta pasear por la orilla hundiendo mis pies en la arena al ritmo de las olas y odio los mosquitos de los bosques. 
Adoro los tacones pero no los llevo casi nunca porque mi 1'80 me obliga a ir plana.
Tengo venazos que no entiendo ni yo. 
Soy desordenada a más no poder y suelo perder las cosas. Si algo no está colocado en casa o aparece roto, he tenido que ser yo. El 95% de las veces aciertan. 
Mi cuerpo no es para nada perfecto y, aunque mucha gente opina lo contrario, no me considero guapa en absoluto. No soy perfecta ni lo pretendo. ¿Sigo?







A pesar de todo esto, hay quién me mira con envidia, quién querría ser como yo, quién no acepta que algo pueda irme bien. 









A mí las cosas no me suelen salir bien. No consigo lo que quiero, y si lo hago, ten por seguro que algo ocurrirá y lo fastidiará, o yo misma lo fastidiaré, que también es posible. Quién me conoce sabe de lo que hablo, y quién no me conoce... es posible que también.
Me da mucha rabia esa gente a la que le cuentas algo con tu mejor sonrisa, excitada a más no poder, esperando que te contesten con el mismo entusiasmo y lo único que obtienes por respuesta es una media sonrisa que lo único que dice es "no me lo creo" "no te flipes" "a ver cuánto te dura" o "vaya mierda, ojalá te salga mal".
Me estoy refiriendo a cuando te dan una nota de clase y tu "amigo" te pregunta cuánto tienes para ver si te ha superado o no. Cuando un chico te ha tirado fichas y ese "amigo" no te cree, "fichas? a ti? por favor..." Cuando dices que estás con él y la contestación es "a ver lo que te dura, porque según eres" y tú, tonta e inocente, pones cara de póker y piensas "pero como soy?" 
También están los que tienen todo, quiero decir, que les van bien las cosas, y aún así te miran con asco como diciendo "que mierda que tú seas feliz". No entiendo por qué pero esa gente abunda a mi alrededor. 
Podría dar aquí mismo mínimo diez nombres. Gente que considero amiga, pero a la que no cuento según qué cosas porque prefiero no ver su reacción. Conocidos que de toda la vida han sido así y que con la edad, se les incrementa la estupidez, y gente que pobres... no tienen nada mejor que hacer.
Un consejo: Obviadme, seréis más felices si os centráis en vuestra propia vida y dejáis la mía en paz. 
Gracias.

Date cuenta. Lucha. Pierde. Pero lucha.

Odio cuando no entiendes a la gente. Cuando hace cosas que no esperas, cuando sus reacciones son ilógicas, cuando no dan explicaciones de lo que está ocurriendo. 
No es que el mundo deba hacer lo que yo quiero, es simplemente que sus actuaciones no responden a un patrón. Varían según el día, la hora y hasta el minuto. Nunca sabes como acertar con ellos.
De repente están bien, te sonríen y somos uno, como de repente se les cruza el cable, pasan de ti y todo les parece mal.
Y ojo, que repito que no deben hacer lo que yo quiero, cada uno es libre de tomar las decisiones que quiere y de ser fiel a uno mismo, pero existen los valores, la humildad, la educación... Si tu estado de ánimo condiciona el de otra persona, no juegues con ello. 
Esta vez no hablo de mí, no hay nadie que signifique tanto para mí hoy por hoy (en realidad sí, pero esto ahora no importa). 
Hablo de otra situación, que no alcanzo a comprender. Todo lo que se ha luchado por llegar hasta ahí, 8 meses de esperar, de soñar, de pedir, de dar, de no recibir, de anhelar, de sufrir... y cuando todo empieza a funcionar, vuelve a fallar a la primera prueba.
Como cuando engrasas una maquinaria pesada y toda va fluido y de repente, se para. Y no son los elementos del aparato, esos giran bien, y si le das manualmente, funciona y rinde al 100%, pero cuando lo dejas en manos del piloto automático, se apaga. No sabes que pasa, pero cuando dejas de darle, no va, deja de funcionar, y entonces hay que volver a ponerla en marcha manualmente y cuesta más que la primera vez.
Y la máquina está cansada, quién lleva la manivela, harto. Y hay una segunda vez, y una tercera... 

Y el operario se cansa y decide que esa maquina nunca dio buenos productos, si aceptables, pero no buenos, y que tanto esfuerzo quizá no valga la pena, que otra máquina no es la solución, pero que al fin y al cabo antes de que llegara ésta, tampoco estaba tan mal. 

Date cuenta de lo que pasa, date cuenta de que estás fallando, date cuenta de que la estás fallando, que todos sabemos que tú también tienes tus cosas, pero el mundo no se acaba ahí. 
No lo pagues siempre con quién más te quiere, con quién daría su vida por ti, con quién espera tus mensajes como agua de mayo, con quién sólo con verte sonreír ya es feliz para toda la vida, aunque sonrías lejos de ella.
Hoy no hablo de mí, porque no sé que decir, yo también tengo mis cosas, pero eso ya se solucionará o al menos, ya lo intentaré. 
Hoy es ella, ella que ya no sabe que hacer para que esta máquina que habéis puesto en marcha no se pare cada vez que a ella le faltan fuerzas. 
A veces una relación es muy complicada, y cuando cuesta que vaya bien quieres tirar la toalla, pero no debes hacerlo. Jamás debes rendirte, ante eso y ante nada. Debes luchar hasta el final, siempre, para poder decir "lo intenté con todas mis fuerzas y fracasé", "hice todo lo que estaba en mi mano", "ya no dependía de mí". 
Agota todos los cartuchos, todas las posibilidades y pon toda la carne en el asador.
Vive por y para lo que crees, y que nadie nunca pueda decir que no diste todo lo que tenías para lograrlo.
Sólo así podrás mirar atrás con la cabeza alta.

viernes, 25 de mayo de 2012

Todas las canciones hablan de mí

Cuando discutimos con alguien, o cuando nos decimos verdades a la cara, siempre nos quedan cosas pendientes. Palabras que en ese instante no son apropiadas, palabras que no somos capaces de decir porque revelarían demasiados datos de nuestro interior. 
Decirlas en voz alta nos dejaría demasiado indefensos ante el mundo y por ese motivo, nos las tragamos. Nos las callamos. Nos las dejamos para nosotros, resonando como eco en nuestra cabeza, una y otra vez... 
Y cuando pensamos que ya las hemos olvidado, porque lo que condicionaban está solucionado, y llevamos a alguien de la mano o lo hemos alejado para siempre, aparece esa melodía, con esa letra, y todo junto hace que en ese momento se te encienda la bombilla. 
Todo eso que quisiste expresar y no lo hiciste por miedo y por no encontrar las palabras adecuadas.





Porque a veces los sentimientos pierden valor expresados con palabras. 







Todo eso que reventaba tu pecho, que hacía presión pero que no conseguías sacar, de repente, sale. Todo junto y a la vez. Sin sentido, ese nudo vuelve y puedes notar como desaparece con cada nota que suena en tus oídos. Con cada palabra que escuchas más atentamente que las 200 veces anteriores a ese día, ese momento que sin previo aviso te ha despejado cualquier duda que pudieras tener al respecto de eso que te quitaba el sueño por las noches.
Vas en el bus, en el tren, en el metro... Miras relajado por la ventana y ahí está, todo tu interior ordenado en un frase que te da la vida. Te siente mejor. Alguien sabe exactamente como te sientes y ha sabido sintetizarlo para que tú puedas explicárselo al mundo. 
Bonita sensación esa. No necesitar decir nada y dejar que otro lo haga por ti. Dejarle a otro el marrón de explicar tu interior. 
Lo mejor de todo es cuando la misma canción recuerda lo mismo a dos personas. Cuando suenan las primeras notas y los dos pensáis lo mismo, y no hace falta hablar, el silencio lo dice todo. Dejáis que suene, completa, sin cortarla, sin cantarla. Esa canción sois vosotros. Esa canción siempre será vuestra. No dice nada, pero es vuestra. 
A mí esa canción que estás pensando me hace recordar tu mirada, tu mirada de largas pestañas, tu mirada guiñada por el sol reflejado en mis gafas, ese banco, ese silencio, esa sonrisa, ese no decir nada y decir todo. ´
Únicos.
"Esa es, al menos, la impresión que tengo cuando escucho determinadas canciones. Dicen, palabra por palabra, todo lo que siento y que me gustaría poder decir" Carolina se enamora, Federico Moccia. 


jueves, 24 de mayo de 2012

Ni contigo ni sin ti


Lo fácil sería decirte adiós. Lo fácil sería no volver a contar contigo. Lo fácil sería sacarte de mi vida. Pero es que a mí, nunca me ha gustado lo fácil.
Lo fácil sería enfadarme y no mirarte a la cara nunca más. Lo fácil sería decir "no somos compatibles", cruzar los brazos y negarme a seguir adelante.
Lo fácil sería perderte, porque para mí, para nosotros, lo complicado es mantenernos en nuestras vidas. 
Para nosotros lo difícil es apostar por esto, callar bocas cuando seguimos poniendo toda la carne en el asador por esto que tantas lágrimas nos ha dado a los dos. Quedándonos siempre con lo bueno y dejando pasar lo malo.
Apenas conseguimos llevarnos bien un día o dos. Después, nos colapsamos. Dejamos de hablar unas horas y volvemos a empezar. 
Porque lo fácil sería dejarlo ahí, pero a nosotros nos gusta arriesgar, mirar a la gente, y decir ¿No lo entiendes? Me da igual, nosotros sí.
Nos gusta cruzar cuando vienen coches. Nos gusta picar, nos gusta molestar, nos gusta fastidiar. Al otro, siempre al otro y mirando de reojo para ver cómo le cambia la cara. 
Nos gusta pasar tiempo juntos. Nos gusta escucharnos. Nos gusta saber del otro. Nos gusta mirarnos a los ojos. Nos gusta estar cerca. Nos gusta hablarnos al oído. Nos gusta sonreírnos. 
Tu y yo no somos normales. Tenemos las mismas salidas, las mismas reacciones, las mismas respuestas. Todo el mundo dice que estamos hechos el uno para el otro. Pero yo no estoy tan segura. Ni tú. Así estamos bien. ¿Para qué buscar nada más? Lo que tenga que ser ya se verá. 





Las cosas en cada momento serán como tengan que ser.








Hoy por hoy, me matas. Sí. Porque me pones de mal humor. Pero también me haces sonreír. Sabes decir las palabras exactas para cambiar mi estado de ánimo. Da igual el sentido en que lo cambies, de bueno a malo o de malo a bueno... Tú siempre lo consigues.
Y siempre, pase lo que pase, estemos como estemos, estás ahí. Siempre puedo contar contigo. Y no quiero, por nada del mundo, que eso cambie.
Ya te lo dije una vez. Antes que todo somos amigos y por nada del mundo quiero perderte. Por nada. 
Es... un ni contigo ni sin ti. Porque me matas, pero me das la vida. 

lunes, 21 de mayo de 2012

Como un elefante en una cacharrería


Pongamos que la cacharrería es tu vida. Y esas cosas que te ocurren en tu día a día, esos recuerdos que haces con el paso de los minutos. Los vas colocando y ordenando estante por estante, cajón por cajón.
Pones los que menos importan en las baldas de arriba, a las que no llegas, para que no estorben. Son recuerdos que no quieres perder pero que de vez en cuando, cogerás una escalera, los bajarás y te pasarás un rato en el suelo, rodeada de ellos, para más tarde devolverlos a su lugar, dónde no molestan, ni duelen ni pican. 
Lo que condiciona tu cotidianeidad, en los armarios, para un fácil acceso. Abrirás la puerta, y allí estará todo lo que debe guiarte en este momento. Ordenado por prioridades, colores, texturas y sabores. Porque sí, los recuerdos tienen todo eso. Y más. En realidad tienen todo lo que queramos darle.
Y lo que no queremos ver, en los cajones, bajo llave, con el llavero en la trabilla del pantalón, de manera que si quiero, los abro, si no, los olvido. Cajones con cerradura para meter lo malo, lo intenso y lo perfecto. Lo malo porque no lo quiero ver más, lo intenso porque debo dosificármelo para asimilarlo y lo perfecto... porque cuánta más gente lo vea, más imperfecto será.
Mi cacharrería se ordena cada noche. Antes de irme a dormir, coloco cada cosa en su lugar y me duermo segura de mis decisiones. Pero sé que mañana cada recuerdo cambiará de lugar, vendrán otros y habrá que hacerles sitio.
El problema es el elefante. Ese elefante que entra cada mañana en ella y la descoloca, tira todo al suelo, saca todo de los cajones y deja todo... que yo sólo tengo ganas de llorar cuando lo veo.
¿Sabes esa sensación de desolación total cuando el trabajo está encima de la mesa y una ráfaga de aire lo tira todo al suelo, con las páginas sin numerar? ¿Sabes cuándo dices "esto va a ser difícil" pero empiezas a hacerlo y dices "esto es imposible"? Pues eso lo que pasa cuando el elefante entra en tu cacharrería.
Pero sabes qué más? Que se acabó. Se acabó que un animal de cuatro patas, con una manguera en la cara y con ese pesado caminar, me marque el ritmo.
A mí me gusta reír. A mí me gusta mirar al sol sin gafas. A mí me gusta pensar. A mí me gusta que nadie sepa por dónde voy a salir. A mí me gusta sorprender. A mí me gusta disfrutar. A mí me gusta ver todos los lados del dado varias veces antes de decidir que quiero el triángulo. A mí me gusta ser cómo soy.






Y cuando el elefante entra, cambio. Y odio los cambios. Porque cambiar es bueno, pero cuando te avisan de los cambios, cuando te cuadran, cuando te va bien. Cuando desestructuran tu vida NO MOLAN NADA.








Todos tenemos un elefante en nuestra cacharrería. Y todos sabemos lo dañino que es. Pero ninguno somos capaces de prohibirle la entrada. Yo quiero, pero no puedo. Y a veces me caigo mal por eso. 
Me caigo mal porque soy la primera que reconozco a mi elefante, reconozco a mis cacharros y los veo caer día sí, día tambien por los mismo motivos. Me caigo mal porque no dejo de pedir perdón por ser como soy y de aceptarlo porque mi elefante es como es. 
Yo, como tú que me lees, debo aceptar la situación tal cuál es. Con elefante torpe que falla cada minuto y con cacharrera inútil que sigue comprando objetos de cristal en vez de plástico irrompible.
Porque después de todo, reconozcámoslo, esos elefantes nos hacen sonreir como idiotas. Y si no fuera por ellos... Qué aburrida sería la vida.