Fallas. Y pides una oportunidad. Te la dan. Y la aprovechas.
Fallan. Te piden una oportunidad. La das. Y... pueden pasar varias cosas.
Por un lado, ¿estás segura de que te la pidieron? Quizá ahora estén mejor sin ti y tus palabras y que quieras volver a formar parte de su vida es sólo molestarles. En estos casos te das cuenta. Es cuando tú solita, sin que nadie te diga nada, te pones a pensar. En cómo estará, en si te echará de menos, en si le harás falta, en si deberías dar tú el paso y no esperar a que lo haga el otro... Y lo haces.
Das el paso. Hablas. Y obtienes silencio. El más absoluto, más ensordecedor y más clarificador silencio que jamás te habían ofrecido. Nada. No le importas. No te quiere en su vida. Sacarte fue un placer y por nada del mundo se plantea la más mínima posibilidad de volver a meterte en su día a día.
Duele. No lo esperabas, pero amiga, no eres el ombligo del mundo y sí, sin ti también se puede seguir el camino. Pero escucha, mejor eso que el siguiente caso.
Aquí sí, aquí te ruegan, te buscan, te preguntan "¿qué va a pasar? ¿vamos a quedarnos así?" Y tú estás aturullada. Se te hace un nudo el pecho y no sabes qué hacer. Te han fallado. Lo sabes. Sabes más de lo querrías saber y de lo que la otra persona querría que supieras . Lo has sentido. Aún no entiendes el por qué de todo ésto. Y te da por poner en una balanza lo bueno y lo malo, y se desequilibra. Se cae hacia lo bueno. Porque lo malo ha sido duro pero ha sido poco. O eso crees tú. Y venga, tiramos pa'lante.
Y lo intentas. Te lías la manta a la cabeza, te pones las anteojeras, como si fueras un caballo, y solo ves lo que quieres ver. Vamos! A recuperar lo que nunca debió perderse.

Das otra de esas oportunidades de tu bolsillito de la esperanza y oh, sorpresa! Se va por el desagüe como la anterior.
Y esta vez sí que no cuadra, pero ¿no decía que no quería perderte? pero ¿no decía que no aguantaba esta situación? Ay amiga, calibra tu vara de medir porque mona, no estás dando una. Bueno sí, una, tu cabeza contra la pared. Que pareces tonta, hija!
Pero esperad. Que aún queda el tercer caso. Éste no sabemos si es el mejor o el peor.
Aceptamos votaciones, gracias.
Aceptamos votaciones, gracias.
Te fallan. Te fallan. Te fallan. Das una oportunidad. Te fallan. Te fallan. Vuelves a dar una oportunidad. (Y así un rato). Hasta que paras. Has echado la cremallera a tu bolsillo verde y no vas a abrirlo más. Pero claro, recordad que el hombre tropieza dos veces con la misma piedra. 2. Y 3. Y 20.
Así que la das. Pero eh. Estás escarmentada. Vas a abrir muy, muy despacito. No de un tirón y ale. No, no. Diente a diente. Pasito a pasito. La cremallera se ha oxidado y le cuesta.
Poco a poco. Que te demuestren. Que te cuiden. Que te mimen. Que te quieran, coño.
Y entonces, sólo entonces, sacarás tu oportunidad y lo darás todo.
Ahora, eso sí, las cosas han cambiado. Llevas puesto el traje militar, te has puesto las pinturas de guerra, y te vas a plantar.
Eres tú. Vales mucho. Tanto que pocos pueden pagarte. Te has puesto a precio de saldo muchas veces para poder estar al alcance de más gente, pero te compraban, te utilizaban y te devolvían. Y no.
Ahora eres pieza de coleccionista y como tal, vas a ser difícil de conseguir. ¿Imposible? No. Difícil. No eres cualquier cosa, hay que luchar por las cosas bonitas, trabajar duro y pelear por lo que se quiere. Como buena obra de arte, quién te tenga, deberá hacerlo en palmitas, entre algodones y haciéndote la vida más fácil y no cuesta arriba. Ahora tú llevas los pantalones y ahora las cosas van a tu ritmo.
Si te quieren de verdad, asumirán esto. Si no, mejor que marchen y vayan a buscar a otro que se deje pisar.
Tú pones las normas. Tú mandas en tu vida. En quién entra y quién sale. Y quién quiera entrar, que asuma tus condiciones o que se dé la vuelta por dónde ha venido.
¿Muchas trabas? Las cosas buenas conllevan sacrificios, y traen felicidad.