A veces debe
torcérsete una situación para que otra te salga bien. Eso que dicen de que cuando
Dios cierra una puerta, abre una ventana. Pues bien, tú puerta llevaba cerrada
mucho tiempo, y con doble cerrojo. A ti te habían dado un manojo de llaves y te
dijeron “toma, inténtalo” y tú, como tonta, probaste todas y cada una de ellas
una y otra vez, más rápido, más despacio, con cuidado, a lo bruto, agarrando el
pomo, empujando hacia ti, hacia dentro… Hasta que caíste en la cuenta de que
quizá ninguna fuese la buena y te hubieran engañado, que sólo quisieran
divertirse mientras tú estabas ahí, dándolo todo para nada.
Y entonces lo
viste claro. Te incorporaste desde el frontal de esa puerta y le diste la
espalda. ¿Para qué seguir intentando algo que no te llevaba a ningún sitio? Si no abría, sería por algo. Así que elegiste
resurgir de tus cenizas. Y nada más levantar la cabeza viste la ventana. Esa
que te quedaba a la derecha pero en la que nunca reparaste. Te acercaste. Estaba
cerrada, pero pudiste ver lo que había tras ella. Estaba limpia y no había nada
que te lo impidiera: ni cortinas, ni manchas, ni opacidades. Y te gustó. Y seguiste
mirando. Y te gustó más. Así que decidiste probar a abrirla. Estaba fuerte, de
manera que sólo lo conseguiste un poco. Lo justo para que llegaran nuevos datos
hasta ti. Y te llegaron olores del exterior dulces, picantes, chispeantes y sorprendentes.
Y escuchaste con atención lo que sonaba por ahí. Y sonaban palabras sensatas, certeras,
ordenadas y maduras. Y te gustó más. Y te quedaste ahí.
Miraste cada
uno de sus pasos y seguiste cada uno de sus movimientos. Hiciste que no se
olvidara de ti. Que cada día supiese que estabas ahí. Mensajes, fotos, vídeos.
Una frase en el momento adecuado. Un encontronazo por casualidad concertada.
Una mirada buscada y conseguida. Y no sólo eras tú. También era él. Sus respuestas.
A todo. Que nada quedase en el aire. Ojos que te encontraban cuando tú los
dabas por perdidos por esa vez. Que contase contigo, aunque fuera para poco.
Eran las
primeras veces y estaban surgiendo como se esperaban. Despacio, sin prisa pero
sin pausa. Sin forzar pero dejando fluir. Sin concretar, pero buscando los
momentos que después se convertirían en recuerdos.
Porque nunca
un viaje en coche de 30 minutos dio para tanto entre dos personas. Porque nunca
una entrada de fútbol unió de ésta manera. Sonrisas a centímetros, gestos de
cariño entre dos casi desconocidos, bromas, mofas… peticiones que se cumplían
sin querer. Saber que estabas ahí sin necesidad de habértelo pedido. Poder
contar contigo. Conocernos poco a poco pero de golpe. Alucinando con lo que pasaba,
pero sin miedo a vivirlo.
Te
ilusionaste rápido con algo que sólo estaba comenzando, algo que controlabas
sólo al 40%. El otro 40 lo llevaba él. Y el 20% restante, el destino. Nunca
pensaste que algo así pudiera pasarte a ti. Pero las cosas siempre suceden por
algo. El que nunca estuvo dijo que no. Tú dijiste basta. Y entonces todo vino
rodado. La idea, la solución, y él que accedía, que te sonreía.
Y tú. Tú que
volvías a sentir esas mariposas en el estómago. Tú que volvías a mirar de esa
manera. Tú que volvías a marcarte un reto. Tú que volvías a plantar cara al
mundo. Tú que volvías a sentirte viva. Tú. Tú que por fin tenías eso que tanto
buscabas. Eso que te hiciera levantarte con más ganas por la mañana. Eso que te
hacía dormir soñando y soñar despierta. Eso que ya no sabías que era. El nudo
en el estómago previo a su presencia y el nudo en la garganta posterior a su
ausencia. Las mañanas que te despertabas con una sonrisa en la cara sin saber
por qué. Los días que pasaban como minutos porque tu cabeza iba por un lado y
tu cuerpo por otro. Las veces que quisiste nombrarlo y no lo hiciste por miedo
a que se fastidiase. Las veces que quisiste contarlo y no lo hiciste por miedo
a que te lo arrebatasen. Buscando personas de confianza para tener a alguien
con quien compartir tus dudas, anhelos y frustraciones.
Pocas veces
algo tan simple pudo hacer a una persona tan feliz. Pocas veces el hecho de que
las cosas fuesen como debían ser, hizo que dos personas sonrieran a la vez.
Porque no hay
nada tan bonito como tus besos en la oscuridad. Porque no existe mejor
sensación que la de estar entre tus brazos. Porque no hubo nunca una conexión
tan fuerte como inesperada. Porque nadie dijo que fuera fácil y por eso le
pusimos más ganas. Porque estás siempre dónde debes. Porque una palabra tuya
arregla el peor de mis días. Porque tu mirada ilumina el sendero más oscuro.
Porque juntos somos mejores. Porque tú
me enseñas a ser mejor. Porque tú confías en mí para superarte. Porque buscamos
solución a los problemas del otro. Porque encajamos como dos piezas de puzle.
Una blanca y otra negra, pero que se unen en perfecta armonía. Porque así las
cosas se ven más fáciles. Porque te tengo. Porque me tienes. Porque nos tenemos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario