lunes, 31 de diciembre de 2012

2012

No me gusta la Navidad. La gente es amable por la época del año que es y no porque de verdad quiera. No me gusta que la gente confíe en estas fechas para que algo magnífico ocurra, cuando no hizo nada para que sucediera. Ponemos una esperanza desmesurada en un final de mes como otro cualquiera. Eso sí, para mí, la Nochevieja es especial. No es una noche más. 
Es un día entero, para empezar. Desde que nos levantamos hasta que nos atragantamos con las uvas, estamos haciendo balance de nuestro año. Recordamos mes a mes qué nos hizo y qué nos hizo perder la sonrisa. Y no digo llorar, porque gracias a no sé quién, este año he derramado pocas lágrimas. En serio.
He reído mucho más que llorado. He abrazado mucho más que dado la espalda. He corrido mucho más que quedado quieta. He disfrutado mucho más que añorado. He conocido mucho más que perdido. He querido mucho más que odiado. He sido mucho más feliz que desgraciada.
Yo he sido muy feliz en este 2012. Y tú? FELIZ AÑO NUEVO!! =D 

lunes, 17 de diciembre de 2012

Sí se puede 2/2


A veces debe torcérsete una situación para que otra te salga bien. Eso que dicen de que cuando Dios cierra una puerta, abre una ventana. Pues bien, tú puerta llevaba cerrada mucho tiempo, y con doble cerrojo. A ti te habían dado un manojo de llaves y te dijeron “toma, inténtalo” y tú, como tonta, probaste todas y cada una de ellas una y otra vez, más rápido, más despacio, con cuidado, a lo bruto, agarrando el pomo, empujando hacia ti, hacia dentro… Hasta que caíste en la cuenta de que quizá ninguna fuese la buena y te hubieran engañado, que sólo quisieran divertirse mientras tú estabas ahí, dándolo todo para nada.
Y entonces lo viste claro. Te incorporaste desde el frontal de esa puerta y le diste la espalda. ¿Para qué seguir intentando algo que no te llevaba a ningún sitio? Si  no abría, sería por algo. Así que elegiste resurgir de tus cenizas. Y nada más levantar la cabeza viste la ventana. Esa que te quedaba a la derecha pero en la que nunca reparaste. Te acercaste. Estaba cerrada, pero pudiste ver lo que había tras ella. Estaba limpia y no había nada que te lo impidiera: ni cortinas, ni manchas, ni opacidades. Y te gustó. Y seguiste mirando. Y te gustó más. Así que decidiste probar a abrirla. Estaba fuerte, de manera que sólo lo conseguiste un poco. Lo justo para que llegaran nuevos datos hasta ti. Y te llegaron olores del exterior dulces, picantes, chispeantes y sorprendentes. Y escuchaste con atención lo que sonaba por ahí. Y sonaban palabras sensatas, certeras, ordenadas y maduras. Y te gustó más. Y te quedaste ahí.
Miraste cada uno de sus pasos y seguiste cada uno de sus movimientos. Hiciste que no se olvidara de ti. Que cada día supiese que estabas ahí. Mensajes, fotos, vídeos. Una frase en el momento adecuado. Un encontronazo por casualidad concertada. Una mirada buscada y conseguida. Y no sólo eras tú. También era él. Sus respuestas. A todo. Que nada quedase en el aire. Ojos que te encontraban cuando tú los dabas por perdidos por esa vez. Que contase contigo, aunque fuera para poco.
Eran las primeras veces y estaban surgiendo como se esperaban. Despacio, sin prisa pero sin pausa. Sin forzar pero dejando fluir. Sin concretar, pero buscando los momentos que después se convertirían en recuerdos.
Porque nunca un viaje en coche de 30 minutos dio para tanto entre dos personas. Porque nunca una entrada de fútbol unió de ésta manera. Sonrisas a centímetros, gestos de cariño entre dos casi desconocidos, bromas, mofas… peticiones que se cumplían sin querer. Saber que estabas ahí sin necesidad de habértelo pedido. Poder contar contigo. Conocernos poco a poco pero de golpe. Alucinando con lo que pasaba, pero sin miedo a vivirlo.
Te ilusionaste rápido con algo que sólo estaba comenzando, algo que controlabas sólo al 40%. El otro 40 lo llevaba él. Y el 20% restante, el destino. Nunca pensaste que algo así pudiera pasarte a ti. Pero las cosas siempre suceden por algo. El que nunca estuvo dijo que no. Tú dijiste basta. Y entonces todo vino rodado. La idea, la solución, y él que accedía, que te sonreía.
Y tú. Tú que volvías a sentir esas mariposas en el estómago. Tú que volvías a mirar de esa manera. Tú que volvías a marcarte un reto. Tú que volvías a plantar cara al mundo. Tú que volvías a sentirte viva. Tú. Tú que por fin tenías eso que tanto buscabas. Eso que te hiciera levantarte con más ganas por la mañana. Eso que te hacía dormir soñando y soñar despierta. Eso que ya no sabías que era. El nudo en el estómago previo a su presencia y el nudo en la garganta posterior a su ausencia. Las mañanas que te despertabas con una sonrisa en la cara sin saber por qué. Los días que pasaban como minutos porque tu cabeza iba por un lado y tu cuerpo por otro. Las veces que quisiste nombrarlo y no lo hiciste por miedo a que se fastidiase. Las veces que quisiste contarlo y no lo hiciste por miedo a que te lo arrebatasen. Buscando personas de confianza para tener a alguien con quien compartir tus dudas, anhelos y frustraciones.








Pocas veces algo tan simple pudo hacer a una persona tan feliz. Pocas veces el hecho de que las cosas fuesen como debían ser, hizo que dos personas sonrieran a la vez.








Porque no hay nada tan bonito como tus besos en la oscuridad. Porque no existe mejor sensación que la de estar entre tus brazos. Porque no hubo nunca una conexión tan fuerte como inesperada. Porque nadie dijo que fuera fácil y por eso le pusimos más ganas. Porque estás siempre dónde debes. Porque una palabra tuya arregla el peor de mis días. Porque tu mirada ilumina el sendero más oscuro. Porque juntos somos mejores. Porque  tú me enseñas a ser mejor. Porque tú confías en mí para superarte. Porque buscamos solución a los problemas del otro. Porque encajamos como dos piezas de puzle. Una blanca y otra negra, pero que se unen en perfecta armonía. Porque así las cosas se ven más fáciles. Porque te tengo. Porque me tienes. Porque nos tenemos.

domingo, 16 de diciembre de 2012

Sí se puede 1/2


Es absurdo como alguien puede cambiar tu forma de ver las cosas, de verlo a él, en cuestión de días, horas, minutos, o segundos.
De días porque sabes que hoy no le miras como ayer, que ahora es diferente hasta tu forma de caminar, hablar y expresarte si esta delante. Antes no importaba si os cruzabais o no. Ahora, buscas encontrarte con él. Buscas sus guiños a modo de saludo.
De horas, porque las cuentas para que llegue, y si se retrasa no te molesta, pero no dejas de mirar hacia la puerta, intentando parecer distraída pero sin dejar de vigilarla, para que cuando aparezca, lo primero que vea sea a ti y para que cuando se vaya, esté casi obligado a darse la vuelta y despedirse.
De minutos, porque en una conversación has visto todo lo que esa persona lleva dentro. Te ha gustado y has decidido que lo quieres para ti. Porque antes sólo era uno más, pero todo eso que te ha contado, ha hecho que pases a mirarle como otra cosa. Ya no es uno, ahora es ése.
Y de segundos, porque un gesto, una palabra, un silencio en el momento preciso ha hecho que todo dé un vuelco de 180 grados. ¿Sabes esos ratos en los que te quedas sin saber qué decir, esa sensación de agobio que se tiene por encontrar tema de conversación? Pues con él no ha pasado. Con él es todo tranquilidad.
Tienes tu mundo patas arriba. No sabes a dónde vas ni de dónde vienes, no te convence, pero tienes ganas de echar a andar por este camino que llevaba ahí ya unos años pero en el que hasta hace unas semanas no habías reparado lo más mínimo. 







Él es fachada. Es duro. Es fuerte. Él impone. Tiene voz penetrante. Su cuerpo es grande. Sus ojos color mar claro. Lleva ese tipo de estética contemporánea personalizada. El pelo corto. La piel clara. Las manos firmes. Las espaldas anchas. Una sonrisa que enamora.
Él es motor. Él siente. Él se conoce. Él se critica. Él se ríe de sí mismo. Él disfruta de la vida. Él es dulce. Él es bruto. Él es (i)rresponsable. Él es consecuente. Él es un crío.
Él, que quiere ser más. Él, que lucha. Él, que te hace reír. Él, que te da sin esperar. Él, que lleva la educación por bandera. Él, culto. Él, inteligente. Él, buena persona. Él, vergonzoso. Él, tímido. Él, comprometido. Él, defensor. 







No ha habido presentaciones formales, ni siquiera primera cita. No ha habido un detonante como tal. No ha existido nadie que te impulsara. No era una opción a contemplar el empezar a sentirte a sí por él, precisamente por él. Han sido  ese conjunto de circunstancias que componen a una persona las que han hecho que esa noche no sea una más. Que ahora todo haya adquirido un matiz distinto es sólo cosa del tiempo, que ha decidido que éste es tu momento para intentar lanzarte al vacío y ver qué pasa, que nunca se sabe, porque no serías la primera que tiene delante la oportunidad de su vida y no la ve hasta que la ha perdido. Pero tú aún puedes conseguirlo